Las escuelas y comunidades que, hasta en los más alejados rincones del territorio nacional, están sosteniendo el camino de la dignidad, el trabajo, la educación y la cultura, desde hace más de un año y medio reciben la invalorable ayuda de los compañeros de UATRE, OSPRERA y FUNDATRE, de instituciones sociales y empresariales, y de integrantes de la sociedad argentina en general.
Esta monumental tarea solidaria, sin embargo, se materializa a través de una sostenida suma de “pequeños” pasos… puede decirse que cada uno de ellos es un eslabón en la cadena que el Programa de Ayuda a la Comunidad Escolar Rural termina constituyendo, suave pero sostenidamente, promoviendo donaciones, realizando viajes por duros caminos, acercando cada acción a la siguiente, completando lo que falta… y volviendo a empezar el circuito entusiasta e incansablemente.
El Programa comienza su obra difundiendo –por mail, revistas institucionales y medios masivos de comunicación la necesidad de materiales para acercar a las escuelas. A través de estas campañas se consiguen útiles escolares, computadoras, impresoras, equipos de música, ropa, calzados, libros... Luego, se recolectan las donaciones y se arbitran los medios para realizar el transporte.
Hay que tener en cuenta que desde la Capital Federal (donde se centralizan las tareas) hasta las escuelas rurales, hay aproximadamente 1000 kilómetros de distancia, y varios de ellos son camino de tierra o ripio, de difícil acceso, y cuyo tránsito se realiza, en muchos casos, en medio de tormentas, mucho calor, excesivo frío…
Dado que los compañeros del Programa realizan también otros trabajos durante la semana, casi siempre llegan a las escuelas un sábado a la mañana. Allí son recibido, con mucho afecto, por autoridades, docentes, padres, miembros de la Comisión Cooperadora de la Escuela y alumnos.
“Los chicos nos saludan mirándonos profundamente a la cara, casi siempre sin hablar. Se nos quedan pegados en forma inmediata y nos acompañan a la camioneta para ver lo que les trajimos y ayudarnos a bajar las cajas”, relata la doctora Bibiana Ruibal, coordinadora del Programa.
Con alegría, emoción y curiosidad, los niños siguen los pasos de los adultos y, minutos después, todos están abriendo cajas y acomodando objetos en las mesas, en los pisos, en sillas, en bancos… En tanto, la directora o el director de la escuelita cuenta a los visitantes como es su día a día, cuáles son sus necesidades, qué es lo que más podría ayudar a esos docentes y a esas familias rurales que, en general, hacen significativos esfuerzos para que sus niños no estén apoyando el trabajo del campo sino que recorran –a pie, en bicicleta o a caballo- el generalmente largo trayecto que los separa del establecimiento educativo.
Una vez que todo está acomodado, los anfitriones acompañan a la comitiva a recorrer la escuela: les muestran las aulas, el patio, los baños, la cocina, analizando el estado de las instalaciones y lo que faltaría construir para garantizar más higiene, más seguridad, más comodidad y mejores condiciones de enseñanza.
Al terminar el recorrido, ya imbuidos de la realidad de esa comunidad escolar y de lo que podría ayudar a mejorar su calidad de vida y trabajo, los compañeros del Programa de Ayuda a la Comunidad Escolar Rural se sacan una foto grupal que queda para el recuerdo de todos. Se despiden con cálidos abrazos y suben a la camioneta –ya vacía de cajas– prometiendo volver.
El regreso es más tranquilo: el mismo camino lo realizan ahora sin la preocupación de cuidar que las cosas que no se estropeen por los saltos, no se mojen por la lluvia o no sean robadas en el camino… Y lo realizan satisfechos de haber cumplido la misión que se propusieron, satisfechos de no haber defraudado el compromiso que asumieron con los solidarios donantes y con los abnegados beneficiarios. El camino de regreso lo hacen pensando que dentro de la escuela quedó instalada una biblioteca, quedó funcionando una huerta, quedó un equipo de música, una computadora, un ropero comunitario, un taller de costura…
“Creemos que somos mensajeros muchos y muchas donantes particulares, de organismos de la sociedad civil, de industrias, de fundaciones que, conjuntamente con nuestro Secretario General de Uatre y Presidente de la Obra Social Osprera, compañero Gerónimo Venegas, con su actitud solidaria y generosa, mejoran la situación individual de los niños y jóvenes pero, también, la de sus familias y entorno social. En efecto, las localidades a las que el Programa de Ayuda a la Comunidad Escolar Rural está dirigido son pequeñas, son lejanas… pero son sanas, trabajadoras, vitales: están ávidas de información, de educación, de cultura, de desarrollo”, finaliza diciendo la doctora Ruibal.
Esta monumental tarea solidaria, sin embargo, se materializa a través de una sostenida suma de “pequeños” pasos… puede decirse que cada uno de ellos es un eslabón en la cadena que el Programa de Ayuda a la Comunidad Escolar Rural termina constituyendo, suave pero sostenidamente, promoviendo donaciones, realizando viajes por duros caminos, acercando cada acción a la siguiente, completando lo que falta… y volviendo a empezar el circuito entusiasta e incansablemente.
El Programa comienza su obra difundiendo –por mail, revistas institucionales y medios masivos de comunicación la necesidad de materiales para acercar a las escuelas. A través de estas campañas se consiguen útiles escolares, computadoras, impresoras, equipos de música, ropa, calzados, libros... Luego, se recolectan las donaciones y se arbitran los medios para realizar el transporte.
Hay que tener en cuenta que desde la Capital Federal (donde se centralizan las tareas) hasta las escuelas rurales, hay aproximadamente 1000 kilómetros de distancia, y varios de ellos son camino de tierra o ripio, de difícil acceso, y cuyo tránsito se realiza, en muchos casos, en medio de tormentas, mucho calor, excesivo frío…
Dado que los compañeros del Programa realizan también otros trabajos durante la semana, casi siempre llegan a las escuelas un sábado a la mañana. Allí son recibido, con mucho afecto, por autoridades, docentes, padres, miembros de la Comisión Cooperadora de la Escuela y alumnos.
“Los chicos nos saludan mirándonos profundamente a la cara, casi siempre sin hablar. Se nos quedan pegados en forma inmediata y nos acompañan a la camioneta para ver lo que les trajimos y ayudarnos a bajar las cajas”, relata la doctora Bibiana Ruibal, coordinadora del Programa.
Con alegría, emoción y curiosidad, los niños siguen los pasos de los adultos y, minutos después, todos están abriendo cajas y acomodando objetos en las mesas, en los pisos, en sillas, en bancos… En tanto, la directora o el director de la escuelita cuenta a los visitantes como es su día a día, cuáles son sus necesidades, qué es lo que más podría ayudar a esos docentes y a esas familias rurales que, en general, hacen significativos esfuerzos para que sus niños no estén apoyando el trabajo del campo sino que recorran –a pie, en bicicleta o a caballo- el generalmente largo trayecto que los separa del establecimiento educativo.
Una vez que todo está acomodado, los anfitriones acompañan a la comitiva a recorrer la escuela: les muestran las aulas, el patio, los baños, la cocina, analizando el estado de las instalaciones y lo que faltaría construir para garantizar más higiene, más seguridad, más comodidad y mejores condiciones de enseñanza.
Al terminar el recorrido, ya imbuidos de la realidad de esa comunidad escolar y de lo que podría ayudar a mejorar su calidad de vida y trabajo, los compañeros del Programa de Ayuda a la Comunidad Escolar Rural se sacan una foto grupal que queda para el recuerdo de todos. Se despiden con cálidos abrazos y suben a la camioneta –ya vacía de cajas– prometiendo volver.
El regreso es más tranquilo: el mismo camino lo realizan ahora sin la preocupación de cuidar que las cosas que no se estropeen por los saltos, no se mojen por la lluvia o no sean robadas en el camino… Y lo realizan satisfechos de haber cumplido la misión que se propusieron, satisfechos de no haber defraudado el compromiso que asumieron con los solidarios donantes y con los abnegados beneficiarios. El camino de regreso lo hacen pensando que dentro de la escuela quedó instalada una biblioteca, quedó funcionando una huerta, quedó un equipo de música, una computadora, un ropero comunitario, un taller de costura…
“Creemos que somos mensajeros muchos y muchas donantes particulares, de organismos de la sociedad civil, de industrias, de fundaciones que, conjuntamente con nuestro Secretario General de Uatre y Presidente de la Obra Social Osprera, compañero Gerónimo Venegas, con su actitud solidaria y generosa, mejoran la situación individual de los niños y jóvenes pero, también, la de sus familias y entorno social. En efecto, las localidades a las que el Programa de Ayuda a la Comunidad Escolar Rural está dirigido son pequeñas, son lejanas… pero son sanas, trabajadoras, vitales: están ávidas de información, de educación, de cultura, de desarrollo”, finaliza diciendo la doctora Ruibal.