jueves, 17 de septiembre de 2009

Feliz Día del Maestro a los Docentes Rurales


De vez en cuando, un recuerdo llega a la memoria de gran cantidad de trabajadores rurales. Un gesto, una palabra que les evoca la presencia de una persona fundamental en su infancia y en la de sus hijos: el maestro rural.

Ese ser que día a día dedica su vida a educar, contener y ayudar a sus alumnos, tanto desde lo pedagógico como desde lo humano. Ese que, no importa si llueve o nieva, abre la escuela y recibe con amor a sus alumnos. Que transmite en cada lección su voluntad por mejorar las condiciones sociales de los chicos.

El/la maestro/a rural enseña con algo más que palabras. Lo que más valoran sus alumnos es su ejemplo. Recorrer largas distancias para llegar a clase; enseñar pese a las carencias y las limitaciones edilicias o de personal y respetar los códigos éticos y morales, así como las costumbres y creencias de cada lugar, son parte del legado que dejan a los niños.

Un libro famoso en los años ’60, “Shunko”, daba cuenta de la relación entre un maestro rural y su alumno más pequeño, en una comunidad que sólo hablaba quechua. En el año 2000, el Diario La Nación entrevistó al niño en cuestión, que ya contaba con 70 años y cuidaba caballos en un stud del hipódromo de San Isidro. Al preguntarle qué fue lo que el maestro le enseñó, su respuesta, venida desde el fondo del corazón, fue “A ser gente, saber respetar y hablar en castellano”. Nada menos.

Los chicos rurales crecen confiando plenamente en esa figura paciente, abnegada, sacrificada, que les muestra en carne propia la importancia de acceder al conocimiento. Adquieren aprendizaje escolar y se moldean como seres humanos de bien. Llegan a la adultez con un sentido de agradecimiento a quien tanto les dio. Y se convierten en ciudadanos plenos, que contribuyen a construir a la nación desde cada rincón del territorio argentino.

Gracias, maestros y maestras rurales. El campo les debe su futuro.

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